Δευτέρα 10 Δεκεμβρίου 2012

ΕΓΩ ΓΝΩΡΙΖΩ ΤΗΝ ΚΛΗΡΟΝΟΜΙΑ ΜΟΥ. ΕΣΥ; 2


Sófocles: Antígona (Gredos, 2000) 
Trad.: Assela Alamillo

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Al cumplirse los cincuenta años del estreno de la Antígona del director griego Yorgos Tsavelas y, aprovechando que recientemente se ha podido recuperar esta película en DVD, hemos querido ofrecer nuestro personal homenaje a la que es, sin lugar a dudas, la adaptación cinematográfica más fiel jamás rodada sobre un texto dramático antiguo. 
Basado en la famosa tragedia homónima de Sófocles, este film nos presenta el tremendo conflicto entre la protagonista y su tío, el cruel tirano Creonte, que ha amenazado al pueblo de Tebas con castigar duramente a aquél que se atreva a enterrar el cadáver de Polinices, hermano de ésta. 
La película comienza, al estilo de John Ford o de Orson Welles, con Antígona (Irene Papas) y su hermana Ismene (Maro Kondú) conversando entre sombras sobre la reciente muerte de sus otros hermanos, Eteocles —inclinado hacia el bando del rey— y Polinices, ambos enfrentados por una contienda civil.
Antígona revela entonces a Ismene su propósito de dar piadosas honras fúnebres a Polinices, aunque para ello tenga que oponerse al mandato real. Ismene, por su parte, no se atreve a ayudarla por temor a las represalias y la deja sola en esta empresa. A continuación observamos al rey (Manos Katrakis) que, muy seguro de sí mismo, dirige a su pueblo un discurso sobre cómo ha de actuar cada cuál y donde reitera su intención de castigar a quien ose contradecirle. Ya en el interior de palacio, recibe inmediatamente la noticia de que el cadáver del traidor ha sido enterrado. El rey monta en cólera y obliga al guardián a traerle al culpable antes de que tenga que pagar con su propia vida el descuido. 
Antígona es finalmente descubierta y conducida en presencia de su tío Creonte. Éste, después de insultarla, la manda encadenar y la condena a morir encerrada en una cueva, a pesar de las súplicas de su hijo Hemón (Nikos Kadsís), que está enamorado de ella. Un encuentro final con el adivino ciego Tiresias (Tsavalas Karusos) hace que el tirano se arrepienta del castigo infligido a su sobrina, pero ya es demasiado tarde: Antígona se ha suicidado en el interior de la cueva; Hemón, al encontrarla muerta, se ha clavado un puñal, e incluso la reina, Hermíone (Ílya Livykú), al oír de boca de un mensajero todo lo ocurrido, se quita también la vida. El final no puede ser más desgarrador, con un rey que tira su corona y se autodestierra, llorando la pérdida de toda su familia. 
El mayor mérito del film radica en la hermosa adaptación del texto elaborada por el propio Tsavelas, sin omitir nada de la obra de Sófocles y añadiendo todos los recursos propios del lenguaje cinematográfico. Así, lo que en el original son cantos de coro difícilmente adaptables en una pelí- cula los vemos aquí transformados en poemas, que una voz en off va declamando, mientras el público contempla primeros planos de los personajes o imágenes de los exteriores de la supuesta ciudad de las siete puertas. 
Por otro lado, junto con el guión cinematográfico, cabe resaltar especialmente la interpretación de los actores, provenientes todos ellos del teatro helénico. La contraposición de Irene Papas y Manos Katrakis, como Antígona y el rey Creonte respectivamente, alcanza una tensión poderosí- sima en la secuencia del primer enfrentamiento en el palacio. Ambos saben dar lo mejor de sí mismos a la hora de encarnar sus personajes, antagónicos pero, al mismo tiempo, tremendamente parecidos. De hecho, mucho han discutido los filólogos sobre quién de los dos es el verdadero protagonista de la obra, llegando a la conclusión de que, aunque es ella la que da título a la obra y a la que se conceden los momentos más importantes de los primeros episodios, él es el auténtico nexo de unión en la estructura del texto y el encargado de cerrarlo con una escena inmortal. Además, existe un estudio muy interesante sobre el número de veces que Sófocles usa el pronombre personal de primera persona («egó») en sus tragedias, el cual demuestra que es Antígona la obra y el personaje que, en proporción, lo pronuncian en más ocasiones. Esto nos puede dar una idea del verdadero conflicto que se establece entre estos dos grandes «egocéntricos», ya que la sobrina no parece quedarse atrás en terquedad comparada con su tío. Lo que aparentemente es un acto de piedad para con su hermano muerto, o, lo que es lo mismo, de obediencia a las leyes divinas no escritas, va a ir transformándose poco a poco en el único motor de la existencia de la protagonista, aunque para llevar a cabo su plan tenga que despreciar a su hermana, renunciar al amor de su novio, el príncipe Hemón, y batirse contra el rey. 
En este duelo ninguna de las partes sale ganando, algo que suele ocurrir en todas las tragedias griegas. No hay lugar para la reconciliación ni para el perdón. Eso llegará más adelante, cuando se propague el cristianismo en el mundo pagano grecolatino. Lo que realmente interesa al autor de la obra —y también al director de la película— es mostrar las acciones con toda su crudeza para crear en el público aquello que Aristóteles en su Poética definió como «catarsis», es decir, una purificación interna en las almas o conciencias, de forma que, al ver representadas estas atrocidades en la pantalla o en la escena, los hombres y las mujeres de cada época puedan reflexionar y cambiar de conducta. Para Sófocles la verdadera sabiduría arrancaba de la humildad, razón por la cual ni Antígona ni Creonte pueden considerarse vencedores ni dichosos: ella, porque, al final, escoge el camino rápido y cobarde del suicidio; y él, porque cuando se arrepiente ya no hay forma de dar marcha atrás. 
ALEJANDRO VALVERDE GARCÍA

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