Παρασκευή 6 Ιουλίου 2012

ΕΛΛΗΝΙΚΑ ΓΡΑΜΜΑΤΟΣΗΜΑ 3. ΑΓΙΟΝ ΟΡΟΣ 2

2009

Diez días en los monasterios del Monte Athos
viajeros.com
El Monte Athos es, probablemente, el lugar más impenetrable de Europa. Las mujeres y los animales hembra tienen prohibida su entrada, y los hombres precisan un permiso de ardua obtención para acceder a él.
El viaje que realicé a diez de los veinte monasterios ortodoxos del Monte Athos, en Grecia, permanece en mi memoria como uno de los más íntimos de mi vida, superando incluso al Camino de Santiago en España (donde últimamente demasiada gente va solo a hacer “footing” o a ligar). La autorización para viajar a este Monte Santo se llama diamonitirion, y es de difícil consecución; previamente se ha de exponer ante las autoridades religiosas de Tesalónica (en el “Pilgrims’ Office”) y al “Department of Political Affairs of the Ministry of Macedonia and Thrace” unos motivos claros y relacionados con la vida monástica para lograrlo, pues el Monte Athos posee un status especial dentro de Grecia, casi similar al Vaticano en Italia, aunque para asuntos religiosos se dirigen al Patriarcado Ecuménico de Constantinopla, como allí siguen llamando a Estambul. Diariamente conceden a diez personas el privilegio de recorrer durante cuatro días improrrogables ese territorio tan hermético, pero yo tuve la increíble fortuna de permanecer en él diez días en los cuales pernocté en diez diferentes monasterios. De los veinte, diecisiete son Griegos, uno es Búlgaro, otro Serbio y otro Ruso.
La Península de Calcídica, o Khalkidhiki, en el Mar Egeo, se compone de tres “dedos”: Kassandra, Khersonisos Sithonia, y el tercero es llamado Ágion Óros, o Monte Athos, un lugar religioso cuyo primer monasterio cristiano fue fundado en el siglo IX. Actualmente la población es de alrededor de 1600 monjes, pero en el pasado albergó a 5000. Además de los veinte monasterios oficiales también existe lo que se llama “skites”, o casas de monjes en el territorio de cada abadía (que en general son Griegas, aunque también se hallan dos skites Rumanas), y ermitas donde los monjes ayunan y realizan sus plegarias al Todopoderoso.
Cada monasterio es una maravilla y contiene tal cantidad de regalos de Reyes y Emperadores, gemas preciosas únicas en el mundo, frescos primorosamente acabados, una incalculable cantidad de iconos centenarios dibujados con maestría infinita, lámparas de oro macizo, manuscritos antiguos, Biblias de los primeros cristianos, cálices y otras reliquias, etc., además de una arquitectura asombrosa. Si se multiplican por veinte todas estas prodigiosas riquezas, los tesoros que alberga el Monte Athos están más allá de la imaginación. Cada día en los monasterios del Monte Athos era especial, como un milagro; ese peregrinaje, o viaje interior, te ayuda a apreciar mejor las pequeñas cosas y la vida te parece sagrada y bella.
A lo largo de su historia el Monte Athos ha sufrido depredaciones de piratas, sobre todo Árabes y Turcos, pero los peores latrocinios y de los que peor recuerdo guardan los monjes hasta el día de hoy, son de los almogávares, esa banda de forajidos de la Corona de Aragón (aunque hay que decir como descarga nuestra que prácticamente ninguno de esos almogávares era Aragonés propiamente, sino mercenarios Europeos y algún Catalán que otro) que degollaron a indefensos monjes y pillaron los monasterios para después llevarse a Barcelona como botín los tesoros robados a sangre y fuego. El cabecilla de esa pandilla de almogávares era el mercenario y pirata de origen Alemán Roger de Flor (que para más inri tiene una calle con su nombre en Barcelona, además de otra dedicada a los Almogávares), que fue asesinado en Adrianopolis (actual Edirne, en Turquía). A los almogávares, para vengarlo (lo que se conoce en la Historia como “la furia catalana”), no se les ocurrió otra cosa que saquear los monasterios del Monte Athos degollando a sus indefensos monjes y robando todo el oro que pudieron encontrar. Pero lo que quemaron y destruyeron era todavía más valioso que las toneladas de oro y joyas sagradas que se llevaron al puerto de Barcelona. En el monasterio de Vatopediou mataron al inofensivo abad y asesinaron a diez pacíficos monjes. El Monasterio de San Pablo fue también destruido en 1309 por ellos, y quemaron completamente los monasterios de Constamonetou y Zographou. En todos ellos torturaban hasta la muerte a los monjes para que dijeran donde habían escondido más oro.
Desde Ouranoupolis cada mañana zarpa una gabarra hacia el puerto de Dafne. A pie no está permitido viajar. Una vez que atraviesas el control mostrando tu diamonitirion puedes abordarla. Al arribar a Dafne hay que proseguir hasta Kariai, o Karies, donde de nuevo hay que presentar el permiso a las autoridades religiosas y al prefecto o representante del Gobierno Griego. Tras ese último trámite uno es libre de recorrer a placer esa península durmiendo en cualquiera de sus veinte monasterios en forma de fortalezas con la condición de arribar antes de la puesta del sol, pues sus portones se cierran hasta el amanecer.
Hay quien alquila un burro lozano para desplazarse (¡las burras están prohibidas!) pero yo preferí caminar airosamente, lo cual es lo más auténtico y apreciado por los monjes al verte arribar a pie, como el verdadero peregrino. El trekking es muy grato; cruzas gargantas, playas, selva frondosa, y se observan muchas flores salvajes por doquier, pinos en lugares insospechados, hay cantos de pájaros, el murmullo del viento, y las mariposas te persiguen. Generalmente entre monasterio y monasterio hay una caminata de 6 a 7 horas yendo despacio, disfrutando el paisaje montañoso, realizando paraditas para absorber el néctar y la ambrosia que ese mágico sendero rezuma.
Tan pronto como arribas a un monasterio has de dirigirte al encargado de acoger al visitante, que es conocido como archondaris, quien primero te invitará a un ouzo (aguardiente griego) con unos dulces llamados “baklava”, te explicará los horarios de los servicios religiosos y del refectorio, y te mostrará el Katholikon, o interior más íntimo y sagrado de la iglesia en el centro del Monasterio, que se llama Kyriako, y es el foco de reunión de los monjes los domingos y las fiestas de guardar para compartir las albricias. A continuación te mostrará tu archondariki, o habitación, que es tipo celda, donde puedes dormir una sola noche.
Recuerdo como si fuera ayer la impresión que me produjo la primera vez que me fue mostrado mi cuarto en el Monasterio de Simono Petras, entré y ¡Dios mío qué emoción! ¡Voto a bríos que aquello era de una belleza extraordinaria, superando la visión del Palacio del Potala en Lhasa! La celda que me asignaron tenía las vistas al mar y se encontraba en un piso muy alto de ese escarpado monasterio erigido sobre rocas poderosas.
Durante el yantar un monje recita en voz alta fragmentos de la Biblia (como en el Monasterio navarro de Leyre, en España) y para beber te sirven vino. Todo es gratuito en el Monthe Athos. El dinero lo repudian pues está considerado una material vil.
Dyonisios fue el segundo monasterio que visité y del que guardo también un placentero recuerdo pues me permitieron participar en las labores monacales, como por ejemplo ayudar en la cocina con las viandas para el ágape de esa noche. De esta guisa rapé berenjenas aderezándolas con especias escogidas a la par que platicaba con los monjes que dominaban el inglés acerca de su vida cotidiana y sobre los misterios de la eternidad. Me hablaron de un monje Peruano, pero en esos días se encontraba en Atenas para gestionar la renovación de sus documentos en Grecia y no pude coincidir con él. Tras la cena siempre se suelen reunir algunos monjes con los invitados para hablar distendidamente sobre aspectos de la Fe Ortodoxa al tiempo que se bebe ouzo sin coerción.
Tras Dyonisios proseguí hacia Grigoriou, luego a Philotheou y aun a Stravronikita. Mi intención era visitar los veinte monasterios del Monthe Athos durante veinte días, pero el día nono de mi peregrinaje, encontrándome en el Monasterio más grande, Magisto Lavra, un suceso infausto aconteció: un caco desalmado había robado la noche anterior un antiguo icono de uno de los monasterios. Enormemente consternados por el hurto el Consejo de Abades había decidido interrumpir la llegada de nuevos visitantes hasta que se averiguara su paradero. Los que estábamos ya allí fuimos “invitados” a dirigirnos en un plazo de 48 horas a Ouranopolis para una inspección. Tenía un último día a mi disposición y elegí visitar un monasterio extranjero, es decir, no Griego. Descarté el Búlgaro y el Serbio, y me dirigí al Ruso, llamado San Panteleimonos. Allí el archondaris era de Creta.
Ese monasterio fue otro de mis preferidos. Sus cúpulas eran de estilo bizantino y sus monjes eran todos Rusos. Algunos procedían del Monasterio de Sergei Posad, cerca de Moscú, otros de la isla de Valaam, en el interior del Lago Ladoga, y un archimandrita era originario de los monasterios de las Islas Solovietskiye, cerca de Arjanguelsk, en el Mar Blanco. Una de las características de San Panteleimonos es su enorme campana, de 15.000 kilos, que está considerada la segunda de más peso del mundo.
El día de mi partida a Ouranopolis sentí un gran vacío y mi corazón se afligió. Intuía que esos diez días eran irrepetibles. Y aunque seguí viajando durante las temporadas que mi trabajo en la Costa Brava española me permitía a lugares exóticos donde me acaecieron muchas cuitas que sorteé con gallardía y conocí a gente gentil además de contemplar innumerables fenómenos de la Naturaleza, nunca más en mi vida volví a experimentar una satisfacción interior tan profunda como esos diez días en los monasterios del Monte Athos.

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